Translate

jueves, 20 de mayo de 2010

DE HADAS Y LIBROS

Soy un hombre que ha sobrepasado la juventud, es decir, me puedo considerar una persona madura si de cuestiones cronológicas estamos hablando; si se tratara de asuntos emocionales o intelectuales, entonces… habría que discutir mi madurez, pero no es el caso, no hoy. A pesar de la edad muchas veces sueño despierto: sacarme la lotería, viajar en primera clase, ser un héroe sin derrochar esfuerzos, ganar un premio literario sin escribir, en fin. Cuando recuerdo mis lecturas infantiles o cuando cuento chistes de mal gusto hablo de lámparas y genios que cumplen mil deseos. Pero los cuentos de princesas y hadas bienhechoras me resultan insípidos y aburridos, aunque los tolero, me desprejuicio y los disfruto, cuando se los leo a mis sobrinitos o mi pequeña hija los cuenta para mí. Entonces, nuevamente sueño con los ojos abiertos. A la sazón pierdo objetividad y pienso que si tuviera un Hada le pediría que alimentara mi memoria corporal. Que me hiciera recordar, no vagamente —como lo hago ahora—, algunos libros que he leído, que vinieran a la memoria de mi piel todos los textos impresos que he tocado alguna vez; los rollos de papel o legajos de hojas compaginadas que en alguna ocasión han disfrutado su estancia entre mis manos, ante mis ojos.

A una hechicera blanca le pediría que me hiciera sentir, por siempre entre mis dedos, la textura de las publicaciones, la variable dureza de las pastas, los cortes redondeados de formas refinadas, los forros y solapas; los rectos y filosos ángulos que delimitan sus tamaños. Solicitaría el milagro de que pudiera decir, en la más profunda oscuridad, en la más sola soledad en medio del bullicio masivo, al tomar un libro entre mis dedos: son las memorias de Neruda o García Márquez, es un libro de caballería de Ítalo Calvino o estoy En brazos de una mujer madura.

Recordar, letra a letra, como en lenguaje braile, la dócil textura de la palabra impresa, su maleable hipnotismo, el tamaño de párrafos y frases, apenas insinuados en la huella bordeada de la imprenta, de la fresca impresión de trozos de papiro y de memoria. Saborear colores, reconocer ilustraciones con sólo ponerles el escáner de mis dactilares, eso le pediría al Hada bienechora de mis sueños, de mis desvelos, de mis fantasías más caras.

Si tuviera yo un Hada le pediría que reforzara la fidelidad de mi memoria corporal para poder hablar contigo, replicarte palabra por palabra el discurso que anuncias, para nunca olvidar cómo te abro, cómo te siento, cómo recorro (en la penumbra del placer y del deseo) el tenue lenguaje de tus formas, la consistencia de la materia que te hace, las invenciones impresas en tu dermis, las historias que recorren el surco de tus palmas, las remembranzas que la experiencia ha dejado plasmadas en toda tu presencia, palabra abierta y omnisciente.

Que nunca se me pierda, pediría, de la memoria, la epifanía del primer contacto, del suave impulso de mi índice húmedo en el tibio rocío de entre tus labios, de tus hojas que en la entrega se abren para contarme cosas, para mostrar la ciencia, el misterio del amor y sus desdichas. Memoria corporal, como si fuera de papel, para guardar por siempre tus mensajes, envolverlos y construir mi vida ante el nuevo contacto, nueva lectura de tu superficie llena de letras, palabras y silencios.

Desearía tener en el olfato tus olores, de árbol seco, de lejano polen impregnado entre tus folios, de eterna flor de negros y rizados pétalos aprisionada al centro de tu cuerpo. Retener en cada inhalación el olor a sándalo, cedro o pino que descubro cuando recorre mi nariz al borde de cada uno de sus lomos, empastados tomos en sedosas telas. Ese ligero polvo con que impregnan el aire cuando las tomo suavemente, una a una, al colocarlas y abrirlas al borde de la cama, entonces… invariablemente saber de quien se trata. No necesitar luz para alumbrarte, que baste con el destello luminoso de mi vista, mi olfato y de mi tacto, cogerte de cualquier parte y descansar en ti, en tu palabra. Abrirte in media res y empezar a aprehenderte en cualquier parte.

Poner el oído en tu superficie y que baste el dato que registro en el tímpano para saberte, para con los latidos de tu vida saber quién eres, de qué hablas, cómo haces el amor y lo deshaces sin preguntarte acaso nada, porque te he poseído hace ya tiempo. Desde la adolescencia, tal vez desde la infancia, escucho el tam tam in crescendo de tu materia viva y avivada.

Que la huella que ha dejado mi saliva en tu ángulo inferior derecho no sea señal de pertenencia, mas sí de tu recuerdo de mi boca. Que todos sepan que pegué mi lengua en tu cuerpo, en tus folios, de espacios abiertos y uno a uno fui deshojando tus secretos, tus pétalos de ala mariposa.

1 comentario:

  1. ...es hermoso, suave y dulce, uno de mis preferidos!! Gracias por estar aquí. Un beso Carmen

    ResponderEliminar