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lunes, 16 de diciembre de 2013

RUDEZA INNECESARIA Y OTROS CUENTOS ADOLESCENTES


COMENTARIO SOBRE EL LIBRO DE ARTEMIO RÍOS RIVERA

Lilia Patricia Ruiz Ruiz

Todo acercamiento a la literatura implica descubrimiento, revelación; conlleva un constante replantear la esencia humana. Cuando tenemos oportunidad de transitar por las distintas épocas que hemos vivido (pasado, presente; que contemplan infancia, adolescencia, adultez…) surge el rememorar, desempolvar la memoria. “Rudeza innecesaria y otros cuentos adolescentes” posibilita mirar al pasado. Algunos cuentos con que nos podemos topar en este libro, transmiten esa nostalgia por lo que fue, por los aciertos y tropiezos en que se incurre durante la adolescencia; asimismo, generan sentimientos de incertidumbre, de angustia, ante las vidas de quienes experimentan experiencias trágicas, o toman decisiones que los marcan para siempre –esto provocado por la crudeza con que el autor relata los acontecimientos. 

Predomina, en algunos cuentos, la noción de espejo, como objeto que nos ubica, que asegura y confirma la presencia; implica reconocimiento, tan sólo verse a través de los ojos de otros, conlleva la reiteración del ser, en el cuento “Ella y él”; o en “viejos camaradas”, narración en que se trabaja el desdoblamiento de personalidad, la usurpación de identidad.

Adentrarse en los textos literarios invariablemente significa abrir ventanas que permiten observar, analizar y reflexionar sobre los acontecimientos que en ellos se suscitan. En este caso, Rudeza innecesaria y otros cuentos adolescentes no es la excepción; además de abordar temáticas centradas en los ritos de iniciación, en el amor, desamor, la rebeldía adolescente, en la complejidad existencial de cada uno de los protagonistas, atiende a un grito desesperado de auxilio, a una invocación a la libertad del ser, de encontrar el sentido a este mundo.

No todos los personajes son liberados de la carga existencial, algunos contemplan el suicidio, como un acto de evasión, de valentía (mal entendida, por supuesto); como una forma de escapar de ese letargo existencial en que están sumidos. De pronto, algunos personajes se preguntan si vale la pena vivir, ya que lo que les toca experimentar deja de ser natural, y se convierte en una lucha con la vida.

Al leer los cuentos, Artemio Ríos Rivera me lleva de la mano a través de la evocación que hace de lugares específicos de Xalapa (Hacienda Lucas Martín, Río Sedeño), del Estado de Veracruz (Totutla, Puente de los pescados, Huatusco), así como de la Ciudad de México; algunos son sitios emblemáticos que sirven de preámbulo para los encuentros y desencuentros de los personajes, particularmente en “La banca de Reforma”, narración donde se hace un recorrido por el paseo de la Reforma, y esa alusión a las bancas que están instaladas de un tiempo a la fecha, y que son obras plásticas, que los habitantes de la ciudad de México pueden admirar. En ese cuento se cita a Cristina Pacheco, quien alude a la banca como “infatigable narradora de historias”; si nos ponemos a reflexionar sobre esta cita, es posible percatarnos de todo lo que sucede en la Ciudad de México, todo lo que las bancas, como testigos mudos, e inmutables en apariencia,  han experimentado, cada día, cada minuto, segundo, en que son recorridas por los transeúntes que visitan el paseo de Reforma, muchos de los cuales cargan en sus espaldas infinidad de conflictos personales, sociales, laborales, etc.

En los cuentos, se percibe la fusión con las distintas manifestaciones artísticas: artes plásticas, literatura (por cierto, cada mención que se hace de algún escritor, conlleva ese deseo de releer las obras, de Carlos Fuentes, Emily Brönte, Rubén Bonifaz Nuño, el Marqués de Sade, Milán Kundera…). El libro está dividido en tres momentos: Cuentos adolescentes, Rudeza innecesaria, y Otros relatos (cada uno instaurado en micromundos); particularmente me sentí identificada con el cuento “De hadas y libros”, donde se alude a esa sinergia entre las palabras y los lectores, de manera poética; cito:

“Que nunca se me pierda, pediría, de la memoria, la epifanía del primer contacto, del suave impulso de mi índice húmedo en el tibio rocío de entre tus labios, de tus hojas que en la entrega se abren para contarme cosas, para mostrarme la ciencia, el misterio del amor y sus desdichas. Retentiva corporal, como si fuera de papel, para guardar por siempre tus mensajes y construir mi vida ante el nuevo contacto, nueva lectura de su superficie llena de letras, palabras y silencios.

Desearía tener en el olfato tus olores, de árbol seco, de lejano polen impregnado entre tus folios, de eterna flor de negras y rizadas líneas, pétalos aprisionados al centro de tu cuerpo (…)

Poner el oído en tu superficie y que baste el dato que registro en el tímpano para saberte, para con los latidos de tu vida saber quién eres, de qué hablas, cómo haces el amor y lo deshaces sin preguntarte acaso, porque te he poseído hace ya tiempo, desde la adolescencia escucho el tam tam in crescendo de tu materia viva y avivada, del fuego de imágenes y posibles mundos”. (:37-38)

En efecto, la lectura representa un acto de amor, de devoción, de entrega absoluta… implica dejar de ser para asumir la personalidad de alguien más (si es que nos adentramos a determinadas obras), así como ese constante cuestionamiento sobre el ser.

La lectura jamás deberá verse como un castigo; lo anterior lo menciono aludiendo a un aspecto que se marca en el texto, y que es una práctica común en algunas escuelas secundarias; si un alumno comete un acto que amerite sanción es llevado a la biblioteca como castigo… en realidad, y este sería el punto a favor, el alumno identificará el espacio como la liberación que necesita para traspasar otros ámbitos.

Cierro mi participación, invitándolos a acercarse al texto de Artemio Ríos Rivera, Rudeza innecesaria y otros cuentos adolescentes; posibilita una mirada hacia el complejo mundo de la adolescencia, y, en general, de la esencia humana. Les garantizo una lectura de esparcimiento, de revelación.

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