Primer día
de clases.
Reencuentro
Roy
González Rivera
Curso
propedéutico en Habilidades comunicativas/ Maestría en docencia para
bachillerato/
Escuela
Normal Superior Veracruzana “Dr. Manuel Suárez Trujillo”
Este viaje lo inicié motivado por una
colega, compañera de viaje, recién egresada de la maestría, que nos hemos
acompañado a lo largo de múltiples experiencias académicas, laborales y
resultado de una sólida amistad. Confieso que después de recibir la oferta de
ingresar a estos estudios, la decisión era incierta, titubee, sin embargo,
ahora que me veo relatando, mi decisión no fue errada.
Intercambiar el rol del binomio
maestro-estudiante trastoca actitudes vinculadas con mi práctica docente, en
particular en temas del área de comunicación y lenguaje y ser estudiante de los
mismos, me provee seguridad al recorrer terrenos conocidos, en particular por
el deseo de volver a escribir, de recapitular el testimonio de estas cartas ya
leídas. La presentación por escrito, primera actividad de escritura, fue
emocionante, percibí esa sensación de enfrentarse a la hoja en blanco. ¿Qué
decir? ¿Qué compartir de mí? Mis letras fueron parcas, comunes, sencillas. No
dije mucho. Leer a los demás, conocernos a través de la escritura confesó
quiénes somos: Celia, Tania, Isaac, Alejandro, Delia, Ángela, Juanita, Luz
María, Francisca, Silvia Cristal, Sergio Shama-nek, Petra, Ingrid. Todos con
profesiones diversas, desde pedagogos, psicólogos, maestros normalistas, como
yo, hasta ingenieros, biólogos, contadores, con una profesión común, ya sea por
decisión propia o por azares del destino, pero todos dedicados a la docencia,
deseosos de enseñar algo y que el otro aprenda.La segunda encomienda de escritura apareció. La instrucción fue escribir una receta y describir un vegetal. Inferí que si el tema era poesía, la propuesta sería cambiar el formato textual. Y así se constató en la sucesiva instrucción. A escribir se ha dicho. Elegí una receta sencilla a mi parecer: Agua de limón y la descripción de un betabel. Lápiz y goma, goma y lápiz y las primeras letras se dibujaron en la hoja a rayas. Fue extenuante. Vibré a cada palabra. En un entorno que me ha definido. Ahí estaba de nuevo. Me reconcilié con la escritura. Aparecieron los primeros intentos de receta y detalles de un vegetal, que no como, por cierto.
Una pausa en la jornada estudiantil.
Salimos en búsqueda de café y quizá de algún alimento más y entre pasillos me
interceptó Celia. Palabras más, palabras menos, le compartí mi experiencia como
profesor de etimologías grecolatinas y atenta escuchaba mis sugerencias, ya que
en el Teba donde trabaja, le asignaron la materia completamente desconocida
para ella.
Regresamos a la segunda parte de la sesión.
El ritmo de la poesía leída en voz alta es inconfundible. El
maestro leyó un poema, que no recuerdo y del que no tomé nota y al término de
ésta, la pregunta más sencilla por la que debe iniciar todo curso de poesía ¿Te
gusta la poesía? No se hizo esperar. Las respuestas afirmativas, en su mayoría,
acapararon la tenaz atención del maestro. ¿Qué poema recuerdas? ¿Algún poeta
que te agrade? Y ahí la puerca torció el rabo. La realidad fue tajante. ¿Cómo
te puede gustar algo que no conoces? ¿Cómo recordar un poema que leíste o te
leyeron hace más de 20 años? Algunos fuimos sinceros. No compran libros de
poesía, no les gusta, no saben leer poesía, nos agrada por su capacidad
creativa y de imaginación, por evocar y conectar emociones. La poesía no se
interpreta, se siente─ pensé.
Y saltó un fragmento de poema, que incluyo completo en esta reseña,
como respuesta del maestro ante la inquietud de un compañero.
¿Qué es poesía?
¿Qué es poesía? --dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.2
Leer en binas las reflexiones, aseveraciones y sobre todo, los juegos de palabras, con esas zancadillas lingüísticas español-inglés de Hugo Hiriart en seis capítulos del texto Cómo leer y escribir poesía3, resultó toda una divertida aventura. Creativa, sin duda. ¿Cómo aprendemos lengua? Me pregunté. El texto me dejó un sabor a tensión entre juventud y madurez. Fui testimonio de ciertas innovaciones de la lengua, que comunican y son funcionales (temporalmente, quizá). Realidad de la lengua que cambia, que como estructura social viva, se transforma, muta, se le descubren nuevas vetas, y pese a la opinión de los más puristas, permanecerá firme ante las nuevas eras de usuarios.
Y qué mejor texto para afianzar la firmeza del español que dos
odas del maestro Pablo Neruda: “Oda al caldillo de congrio” y “Oda a
la cebolla”. Reveladoras imágenes poéticas. La madurez del poeta y su
vertiginosa pluma nos deleitó. He tenido otros acercamientos a la poesía, no me
es ajena. No es mi texto preferido, sin embargo, la poesía me ha exigido, me ha
retado, me ha ignorado y le pago con la misma moneda. El español del chileno
pareciera confundirse con el del mexicano. Palabras también nuestras, que en
voz de un sudamericano suenan extranjeras. ¿Quién llama congrio a un pez?
¿Sería tan extraño para un chileno escuchar una oda al pejelagarto?
Tal como lo inferí, la receta y la descripción del vegetal, debían
vestir otro traje, un traje de imágenes, un traje de creatividad… Me dispondré
a rediseñar sus trajes de poesía. Hasta la próxima sesión.
(Xalapa, Ver., septiembre de 2011)
1 Para mayor conocimiento del formato textual del ensayo, se
recomienda leer Ensayos completos. Michelle de Montaigne. Ed. Porrua. Colecc. Sepan cuantos.
2 “¿Qué es poesía?”. Gustavo Adolfo Bécquer.
3 Hiriart, Hugo (2003) Cómo leer y escribir poesía.
SEP-Tusquets-Océano. México.
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